FORTYLLENIALS

HORRIBILIS. Dicen que el 2016 se está ganando a pulso el calificativo de Annus Horribilis. Será verdad: además de traernos a Trump o el Brexit, a muchos de mis amigos y a mí nos ha regalado la cuarentena. No es que hayamos entrado en reclusión voluntaria viendo cómo está el patio, sino que hemos abandonado la década mágica de los treinta, esa a la que ansiábamos llegar cuando veíamos «Treintaytantos» de pequeños. Ahora nos llaman de usted y llevamos carteras con varios compartimentos: se ve que nos hemos organizado la vida, aunque ya se encarga ella -faltaría más- de desorganizarla periódicamente.

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MILENICOS. El caso es que nos resistimos. Nosotros que tocamos el cielo de las tendencias, que fuimos presa codiciada por las marcas, que inventamos el binging antes de que se llamara así, merecemos algo más que pasar a la década fatídica sin pena ni gloria. Sobre todo ahora que, desde hace ya algún tiempo, los millenials -o milénicos, según esa traducción patria de aires grecorromanos- le han robado el corazón a los marketeros. ¿Por qué sus anhelos y billetes son más rentables que los nuestros, cuando somos gente, más o menos, con posibles? ¿Por qué ya no lucimos tan bien en el powerpoint? ¿Acaso nos hemos quedado en una tierra de nadie entre esos jóvenes concienciados aunque narcisistas y esos jubilados rumberos que arrasan en edarling? El marketing es despiadado y siempre va en busca de carne más fresca que la nuestra.

FORTYLLENIALS. Pero la GenX es mucha GenX y no nos damos por vencidos fácilmente. Para millenials, nosotros: si hay que dejarse la barba hasta el ombligo, relegamos la Gillette a lo más profundo del armario; si hay que volver a comprarse discos -perdón, vinilos-, aborrecemos de Spotify como de app que carga el diablo; si hay que valorar nuestra vida personal por encima de todas las cosas, nos entregamos al mindfulness o al boxeo, lo que dicte Monocle esa semana. No nos íbamos a quedar tan tranquilos, nosotros, que fuimos Brand Managers antes que monjes. Los fortyllenials no nos arredramos ante los jovencitos, aunque ellos sepan usar Snapchat y nosotros no.

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SELFIE. Si alguien lleva haciendo de fortyllenial en este país desde hace tiempo es, sin duda, Risto Mejide. Publicista emérito -no lo digo yo, lo dicen aquí-, supo que el amor sería audiovisual o no sería. No contento con publicar su declaración de amor a Laura Escanes en El Periódico, le subió un youtube que dejó a los columnistas de España temblando. Si Mark Zuckerberg tiene razón y en 2020 ya solo veremos vídeos en Facebook (eso suponiendo que siga viva la red social), Mejide ha dado en la diana. No entraré a valorar el texto ahora -ya lo hizo Vice aquí con mucho tino- pero sí os diré que toméis ejemplo, amigos. Ya estáis blandiendo vuestros palos de selfie, como si fuerais el mismísimo Iñigo Montoya, para filmar cada frame de vuestra vida. Aún estáis a tiempo de ser cool.

EN SERIO. Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde. Esas palabras de Gil de Biedma -que tan bien encarnó otro fortyllenial insigne, Jordi Mollà– retumban en mis oídos mientras escribo estas líneas. Yo, que soy GenX hasta la médula, reconozco que me cuesta un poco adoptar ese aura de entitlement, de derecho natural a recibir los privilegios de esta vida, que corona a los millenials, pero cuando voy por Malasaña, intento reír con su mismo desenfado y quitarme el cinismo, que es una cosa muy de los 90. Para mí, que se me nota, pero no se lo digáis al consultor de estudios de mercado que me está leyendo ahora, no vaya a ser que no me considere estadísticamente significativa.

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